Navegar en la incertidumbre. El aprendizaje sobre educación en la pandemia narrado por sus protagonistas – Segunda entrega


La educación en línea en tiempos de Coronavirus – Parte 60

Por Sandra Gargiulo y Erica E. Scorians

Tal como anunciamos en el artículo anterior de esta serie, esta vez compartiremos algunas cuestiones relacionadas con los aspectos pedagógicos de la educación de emergencia implementada durante la pandemia de la COVID-19, según el punto de vista de quienes completaron nuestra encuesta. A continuación, les ofrecemos una síntesis de las ideas más relevantes que han aportado estos miembros de nuestra Comunidad.

Varios de ellos afirmaron haber aprendido a usar herramientas tecnológicas que nunca antes habían utilizado en sus clases, ya sea por desconocimiento o porque no habían tenido la necesidad de usarlas, y a incorporarlas en sus clases para que estas sean “más llevaderas e interesantes”. Otro de los encuestados menciona que los recursos tecnológicos, como Google Classroom y Google Drive, le han facilitado mucho el trabajo y la corrección y que debemos sacar provecho de todo este aprendizaje en el futuro. También se valora la posibilidad de haber podido realizar capacitaciones sobre herramientas digitales durante la pandemia y el hecho de haber podido trabajar colaborativamente entres quienes tenían un buen manejo de la tecnología y quienes no. En este punto, nos parece significativo compartir dos comentarios sobre el rol de la tecnología durante este período. El primero, “que la tecnología nos ha permitido continuar con nuestra labor repensándola una y mil veces”, refuerza la idea de la reflexión constante que debemos hacer sobre nuestras prácticas profesionales y la función de la educación. El segundo está relacionado con el empleo de las herramientas tecnológicas para facilitar los procesos de enseñanza y aprendizaje: “que las tic [sic] no nos reemplazan, sino que nos potencian.” 

Asimismo, se destacan otros beneficios de la virtualidad como la posibilidad de que muchos pudieron retomar sus estudios “a pesar de tener que cuidar a la familia o trabajar”, que se acortaron los tiempos, por ejemplo, por “la rapidez de acceso a la información” y porque “se eliminan los tiempos muertos de viajes y traslados”, que “todos podemos adaptarnos a la modalidad virtual, aunque a algunos les cueste más que a otros”, que “algunos alumnos que no se atrevían a participar dentro del aula encontraron su lugar desde la virtualidad”, que quienes “participan en las clases y encienden sus cámaras tienen mejores resultados” y que “no es necesario estar tres horas explicando un tema ya que se puede complementar la clase con otros recursos más útiles”. La siguiente respuesta de una docente resume muy bien las ventajas de la virtualidad destacadas por varios docentes encuestados: “La enorme posibilidad que brinda para poder capacitarse y actualizarse. Todo esto sin necesidad de movilizarse y a mucho menor costo. Brinda la posibilidad de una mejor utilización y organización del tiempo. Democratiza y federaliza la educación y sobre todo da igualdad de oportunidades a quienes vivimos en regiones con menor oferta de centros educativos”.

Así como nuestros encuestados resaltaron aspectos pedagógicos positivos, también identificaron posibles desventajas o complicaciones generadas por la educación de emergencia que se implementó en todos los niveles educativos de manera abrupta. Un punto que se destacó negativamente fue la transposición directa de las estrategias didácticas usadas en la educación presencial a la educación virtual, con los problemas que ello acarrea. Como mencionamos en el artículo anterior de esta misma serie, esto se consideró un impedimento, especialmente en los niveles inferiores del sistema educativo: “[s]e copió la presencialidad a la virtualidad en niños sin lectoescritura adquirida por completo sin tener en cuenta sus procesos madurativos emocionales y sociales”, manifestó uno de los encuestados. Muchos otros reforzaron esta idea agregando que “el contacto cara a cara es indispensable para un mejor aprendizaje”, que “es fundamental la presencialidad, es muy difícil la construcción colectiva, la interacción, el aprendizaje como proceso social desde la virtualidad” o que “la experiencia cara a cara y colaborativa parece ser la forma de aprendizaje más natural y memorable para los estudiantes”. Otros puntos cruciales salientes identificados como  escollos fueron la desigualdad en el acceso a la conexión a internet y la desigualdad de acceso al uso de dispositivos tecnológicos adecuados para sostener la educación virtual. Varios encuestados manifestaron haber notado de manera consciente esta situación problemática a raíz de las demandas que ocasionó el cambio abrupto de la modalidad presencial a la virtual. Otros aspectos mencionados incluyen la dificultad para concentrarse al realizar las tareas frente a una computadora, la monotonía que pueden generar las clases virtuales “si no se les busca una vuelta” y el desafío de tomar evaluaciones sin que los estudiantes se copien. Para muchos, la conclusión fue que “nada reemplaza al trabajo en el aula”.

Ahora bien, es interesante notar, respecto de esta última conclusión, que aulas también las hay virtuales y de las buenas, y que quizás por aula se entienda al aula presencial en donde se realizan buenas prácticas pedagógicas y didácticas y no el aula virtual en donde también pueden llevarse a cabo procesos de enseñanza y aprendizaje de excelente calidad, solo que mediados de maneras diferentes. Este es un preconcepto muy común y constituye un error comparar las buenas prácticas presenciales con las malas prácticas virtuales (Garcia Aretio, 2021), en muchos casos forzadas por la falta de experiencia, estrategias o formación en el empleo de la virtualidad como espacio-tiempo de aprendizaje y enseñanza que tienen sus habitantes. 

Quizás la clave esté en algunos de los comentarios que nos regalaron nuestros encuestados, como el hecho de que el trabajo virtual les permitió “adaptar [el] material y utilizar distintos recursos [en línea] para las clases sincrónicas y asincrónicas”, “recuper[ar] la creatividad en el diseño de [las] clases” o “la oportunidad de enriquecer [los] materiales didácticos”. Nosotras escogemos quedarnos con estas afirmaciones, que nos parecen esperanzadoras: la educación virtual de emergencia “[f]ue un punto de no retorno en un sentido muy positivo” y “abre la puerta a nuevos estilos de enseñanza-aprendizaje”, que debemos tener en cuenta de ahora en adelante.

Con este artículo le damos cierre a la serie “La educación en línea en tiempos de Coronavirus”, que iniciamos en marzo de 2020, cuando se desató la pandemia de la COVID-19. Como siempre, esperamos que compartan con nosotros sus ideas y aportes sobre este tema y los dejen en forma de comentarios al pie de este artículo o en las redes sociales de nuestra Comunidad.

Bibliografía sugerida para seguir pensando la educación de emergencia:

García Aretio, L. (2021), COVID-19 y educación a distancia digital: preconfinamiento, confinamiento y posconfinamiento. Revista Iberoamericana de Educación a Distancia, Vol. 24 No 1, pp. 09-32, disponible en http://dx.doi.org/10.5944/ried.24.1.28080

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