Tiempo y espacio de lectura Blog de construcción colaborativa con lecturas literarias, recomendaciones, citas e informaciones

Monthly archives "agosto"

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El desierto de los tártaros, Dino Buzzati

Como dice Borges en el prólogo “hay nombres que las generaciones venideras no se resignarán a olvidar. Uno de ellos es, verosímilmente, el de Dino Buzzati. Este libro es, acaso, su obra maestra”.
Lireteratura de la espera, de autores como Kafka o Beckett, más reconocidos. Entre ellos, se yergue indudablemente Dino Buzzati con El desierto de los tártaros (1940). El protagonista, Giovanni Drogo, como sus compañeros de armas, aguarda su acontecimiento heroico en la Fortaleza Bastiani. Mientras tanto, la vida transcurre. La indeterminación del lugar y la época en que sucede le dan a la Fortaleza carácter de símbolo. Y la espera consume la vida humana hasta el final de cada uno en soledad. Allí reside lo heroico.
Recomendable novela para leer detenidamente y acompañar un tiempo de reloj de arena:
“Hasta entonces, había avanzado por la despreocupada edad de la primera juventud, un camino que de niño parece infinito, por el que los años transcurren lentos y con paso imperceptible, por lo que nadie nota su marcha. Caminamos plácidamente, mirando en derredor con curiosidad, no hay necesidad alguna de apresurarse, nadie apremia por detrás y nadie nos espera, también los compañeros avanzan sin pensar y se detienen con frecuencia a bromear. Desde las casas, en las puertas, los mayores saludan, comprensivos, y hacen señas para indicar el horizonte con sonrisas de inteligencia; así, el corazón empieza a latir con deseos heroicos y tiernos; se saborean, la víspera, las cosas maravillosas que se esperan para más adelante; aún no se ven, no, pero es cierto, absolutamente cierto, que un día llegarán ¿Falta mucho aún? No, basta con cruzar aquel río allí en el fondo, sobrepasar aquellas verdes colinas, pero, ¿no habremos llegado ya? ¿No serán tal vez esos árboles, esos prados, esa casa blanca lo que buscábamos? Por un instante tenemos la impresión de que sí y nos gustaría detenernos. Después oímos decir que lo mejor está más adelante y reanudamos la marcha sin preocupación. Así continuamos el camino con una espera confiada y las jornadas son largas y tranquilas, el sol brilla alto en el cielo y parece que no tenga ganas de bajar nunca al ocaso.
Pero en determinado momento, casi instintivamente, volvemos la vista atrás y vemos que una verja ha quedado cerrada a nuestras espaldas y corta el camino de regreso. Entonces sentimos que algo ha cambiado, el sol ya no parece inmóvil, sino que se desplaza, ¡ay!, rápidamente, apenas hay tiempo de mirarlo cuando ya se precipita hacia el confín del horizonte, nos damos cuenta de que las nubes no se estancan en las azules ensenadas del cielo, sino que huyen amontonándose unas sobre otras, con su ansiedad; comprendemos que el tiempo pasa y que el camino deberá acabar algún día.”
Novela del silencio y de lo no dicho. Para quienes esperan todavía.

Guillermina Piatti

Avec quelques briques, une histoire de Vincent Godeau

Introduction
C’est l’histoire d’un petit garçon qui ne mange que des bri­ques. Il grandit et devient très fort, mais parfois des larmes qu’il ne peut retenir s’écoulent de ses yeux. En cherchant à l’intérieur de son corps, il découvre un grand château en briques enfermant son cœur… Un soir, son chagrin est si fort que les douves débordent et inondent son cœur qui devient énorme. Le petit garçon sent que ce cœur est devenu trop gros pour lui seul et qu’il lui faut le partager…
Patricia Larrús

https://www.youtube.com/watch?v=CS3h4gSBdeY

¿Qué es leer?, J. P. Sartre

Va este texto como  homenaje a nuestra tierna infancia,  como homenaje también  a   quienes nos leyeron historias que, poco a poco,  fuimos sintiendo  propias… relatos que esperábamos ansiosos y cuya  sucesión de palabras conocidas,  el relato «pre  fabricado», sabíamos de memoria.

 Así, poco a poco, se  despertó la  curiosidad por apresurar la tarea de aventurarnos en la lectura, de quitarle «el papel» a ese lector/lectora . 

Y pudimos finalmente  un día alcanzar, atrapar y experimentar el mundo entero con  todas sus sensaciones, a través de la palabra,  experimentarlo cercano porque  la biblioteca era  ( y es ) «el mundo atrapado en un espejo».

María Alejandra Escudier

“Anne-Marie me hizo sentar frente a ella en mi sillita;  se inclinó, bajó los párpados, se durmió. De  esa cara de estatua salió una voz de yeso. Yo perdí la cabeza: ¿quién contaba, qué y a quién? Mi madre se había ido: ni una sonrisa, ni un signo de connivencia, yo estaba exiliado. Y además no reconocía su lenguaje. ¿De dónde sacaba esa seguridad? Al cabo de un instante había  entendido: el que hablaba era el libro. Salían de él unas frases que me asustaban; eran verdaderos ciempiés, hormigueaban de sílabas y de letras, estiraban los diptongos, hacían vibrar a las consonantes dobles, cantarinas, nasales, cortadas por pausas y por suspiros, ricas de palabras desconocidas, se encantaban con ellas y con sus meandros sin preocuparse por mí. A veces desaparecían antes de que hubiera podido comprenderlas, otras había comprendido por adelantado y seguían rodando  noblemente hacia su terminación sin hacerme la merced de una coma. Seguramente ese discurso no me estaba destinado. En cuanto a la historia, se había endomingado: el leñador, su mujer y sus hijas, el hada, toda la gentecilla, nuestros semejantes, habían adquirido majestad; se hablaba de sus harapos con magnificencia, las palabras se desteñían sobre las cosas, transformando las acciones en ritos y los acontecimientos en ceremonias.

Sentí que me convertía en otro. También Anne-Marie era otra, con su aire de ciega extra lúcida; me parecía que yo era el hijo de todas las madres y que ella era la madre de todos los hijos.

A la larga terminó por gustarme ese momento que me arrancaba de mí mismo.

Acabé por preferir los relatos prefabricados  a los relatos improvisados; me volví sensible a la sucesión rigurosa de las palabras; volvían en todas las lecturas, siempre las mismas y con el mismo orden, yo las esperaba. En los cuentos de Anne-Marie los personajes vivían a la buena de Dios, como ella misma; ahora adquirieron destinos. Yo estaba en misa: asistía a la eterna vuelta de los nombres y de los acontecimientos.

Entonces tuve celos de mi madre y resolví quitarle su papel. Me apoderé de una obra titulada Tribulaciones de un chino en China y me la llevé a la habitación de trastos; allí, encaramado en una cama plegable, hice como que leía: seguía con los ojos las líneas negras sin saltar una sola y me contaba una historia en voz alta, teniendo el cuidado de pronunciar todas las sílabas. Me sorprendieron  -o hice que me sorprendieran- , lanzaron exclamaciones y decidieron que ya era hora de enseñarme el alfabeto.

Estaba enloquecido de alegría. ¡Eran mías esas voces secadas en sus pequeños herbarios, esas voces que  mimaba mi abuelo con su mirada, que él entendía que yo no entendía! Yo las escucharía, me llenaría de discursos ceremoniosos, sabría todo. Me dejaron vagabundear por la biblioteca y me lancé al asalto de la sabiduría humana. Es lo que me hizo.

Nunca he arañado la tierra, ni buscado nidos, no he hecho herbarios, ni tirado piedras a los pájaros. Pero los libros fueron mis pájaros y mis nidos, mis animales domésticos, mi establo y mi campo; la biblioteca era el mundo atrapado en un espejo; tenía el espesor infinito, la variedad, la imprevisibilidad…”

Jean Paul  Sartre (1968) Las palabras. Buenos Aires, Losada

El azul de las abejas (Le bleu des abeilles), de Laura Alcoba

Traducción de Leopoldo Brizuela, Edhasa, 2015
En La Plata conocemos a Laura Alcoba por su Casa de los Conejos, novela que nos permitió acercarnos a la historia de la Casa de la Calle 30, en donde el terrorismo de Estado se encargó de secuestrar a Clara Anahí Mariani y asesinar a sus padres. Conocimos esa casa desde la perspectiva de una niña, la misma Laura que vivió allí, en su infancia, la puesta en marcha de una imprenta clandestina montonera.
En El Azul de las abejas, publicado 6 años después, volvemos a entrar en el universo de esa niña que tuvo que aprender sobre la clandestinidad, para vivir con ella un recorrido, un rito de pasaje que va a tomar distintas formas de desplazamiento: de La Plata a París, del castellano rioplatense al francés metropolitano, de la infancia a la adolescencia. Un exilio marcado poraprendizajes que implican necesariamente transformaciones. Para aprender a hablar una lengua extranjera, ¿qué necesitamos? ¿desde dónde la vemos? ¿desde las similitudes, o las diferencias? La narradora describe fascinada el hallazgo de cada nuevo sonido, de cada nueva vocal, como si se tratara del descubrimiento de un nuevo territorio en su cuerpo.
Pero el territorio también es el otro, la otra, le otre, y el afuera. La protagonista va a encontrarse, entonces, con la realidad de una París que no puede ser una postal, no puede ser la misma que quiere describir en las cartas que envía a sus amigas en Argentina. Con la realidad de un acento extranjero que la marca y la limita. La lengua como una barrera, sus orígenes como una barrera, y la desesperada necesidad de borrar sus huellas para pronunciar el francés como nativa. Un pasaje hacia una nueva identidad.
Sin embargo, una línea va guiando, silenciosa y desde lejos, ese camino. Aunque no se trate de una novela epistolar, Alcoba compuso su relato a partir de la correspondencia que mantuvo con su padre durante esos años en los que él seguía preso en Argentina. Fue su padre el que le propuso, desde la cárcel, compartir lecturas: él en castellano, ella en francés, fueron leyendo clásicos de la literatura francesa y comentándolos semana a semana en sus intercambios. En ese ir y venir de las letras, la narradora logra transitar los mecanismos del lenguaje que le permiten introducirse en una tradición literaria nueva, cuyo respaldo y prestigio no dejarán de acompañarla.
Por eso no debe sorprendernos que la novela haya sido originalmente escrita en francés, y traducida al español por Leopoldo Brizuela. Laura Alcoba vivió desde entonces en Francia, estudió allí, y decidió adoptar al francés como lengua de escritura. Quizás porque, en definitiva, se ha convertido en su primera lengua; quizás porque es la manera que encontró de poder hablar de un pasado demasiado doloroso como para narrarlo desde el idioma materno. Como una ventana, como un puente que le otorga nuevas posibilidades. ¿Qué son, sino, las lenguas?
Ana Kancepolsky Teichmann