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Pedagogizando[nos] Nº 7

Practicando el deslengüe

Cartas Pedagógicas

Escrita por Lucila Canepa

23 de mayo de 2023, La Plata

Tengo miedos, en plural, porque son muchos y porque me gustaría adoptar aquel concepto para mi cotidianidad. Hablar en plural, para entender la vida y escuchar(la) en plural, para dar lugar y comprender la realidad de los demás ­ distinta a la propia. Hoy en día lo siento un concepto que debe ser básico para todos y, recordando aquellas correcciones sobre que las palabras no deben ser vacías, la pluralidad ­ para mí ­ termina por tornarse todo aquello que sale de la norma, lo que no encaja dentro de los cánones impuestos por aquellos que sí encajan.

El hecho de no haberme planteado la pluralidad como concepto básico, el hecho de que está bien y sí es normal que existan pluralidades, es una de las cosas que me dan miedo; y lo digo como parte de esa pluralidad.

Aun así, y sintiendo el peso de ser distinta me pregunto:

¿No somos todos parte de esa pluralidad?

Y si es así, ¿por qué solo algunos sufrimos las consecuencias de serlo?

Me detengo en mis miedos, me paralizo sobre mis miedos, y lo siguiente que se me presenta es ser mujer, y todo lo que eso conlleva, aquellas cosas que nadie que no sea mujer entendería; pienso en lo que no han impuesto (y lo que nos siguen imponiendo), pienso en el “calladita te ves más bonita”, pienso en nuestra voz, en mí voz ¿Acaso nadie nos escucha? ¿Acaso nadie nos ve?

Y del miedo pasó al enojo, sin escala, al pensarme como mujer y como lesbiana, si no tiene ningún sentido esconder a la persona que más feliz me hace.

Así, el miedo, el enojo y el odio se vuelven conceptos protagónicos.

Pienso en la posibilidad de no poder ser yo – como mi real yo, lo que constituye mi identidad hoy – con cualquier persona que cruce caminos con el mío, todo se torna cada vez más oscuro; ahora, conceptos coloridos, la risa, lo gracioso queda solamente relegado al momento en el que los demás comienzan a tratar conceptos que creía silenciosos, como algo tangible, real. Fue una compañera quien remarcó al final de una clase luego de que yo hablara, dijo: “me quedé con esto ´aquellas cosas que me enojan´”.

Desde aquella clase no puedo dejar de pensar en las cosas que me enojan, y en las cosas que me enojaron, el enojo crece y la incertidumbre sobre ¿qué hacemos con las cosas que nos enojan? pisa aún más fuerte.

Hay algo en particular que me queda dando vueltas con respecto a la lectura propuesta por val, puntualmente los escritos que toma de Gloria Anzaldúa fueron los que movilizaron; estos, desarrollan acerca de lo peligroso de la acción de escribir desde el ser mujer, ella dice “…en ese mero acto [de escribir] se encuentra nuestra sobrevivencia porque una mujer que escribe tiene poder. Y a una mujer de poder se le teme”1. Pienso en el poder que guarda la escritura, en el texto de val – que se desarrolla con tanta fuerza -, en conceptos como la valentía y la voz, conceptos resistentes, espesos.

Es a través de esta idea que formulo, que, hasta que sea lo suficientemente valiente para lograr la “interruqción” propia sobre todo universo jerárquico de creencias, voy a practicar el deslengüe – hoy desde la escritura – como mi desemboque desde la desvergüenza. Que se fragmente todo lo que excluye y que de ahí crezcan flores.

Sos mí testigo.

¿Te animas a practicarlo conmigo?

Acá es dónde mi necesidad de hacer un quiebre se hace presente, porque los conflictos que se conectan con val, aquellos que me avergonzaban, paralizaban y avergonzaban arrancaron hace mucho, antes de que pudiera construir mis propios discursos, antes de saber que todos tenemos perspectivas y políticas diferentes a la hora de hablar, antes de que se me abriera el mundo.

Las ideas/conflictos que creía aislados, únicos, comenzaron durante mi adolescencia y me atrevería a decir que hasta de más chica; me enojaban y me cuestionaba cosas que creía que a los demás no se les cruzaban por la cabeza, sobre todo con aquellas cosas que tienen que ver con el sistema escolar.

Pensaba mucho en el bullying, en el por qué, en la razón del mismo, en por qué causaba risa.

Pensaba en aquella profesora, que si llegábamos tarde a su hora de clase nos tomaba una evaluación – siempre nos calificaba.

Pensaba en los baños binariamente divididos y en el por qué “el del medio”, el que era solo un baño, lo utilizaban para guardar objetos de limpieza.

Al pasar las hojas del libro de val, uno de mis conflictos (pasados – actuales) comenzaba a inflarse cada vez más: ¿por qué me enseñan a ponerle un forro a un pene de madera si para mí esto no es?

Todos esos re-planteos – que nunca un segundo me compartió que se hacía – me hacían sentir pequeña y poco escuchada. Invisibilizada.

Hoy, viendo el pasado, puedo construir a una Lucila a la que por mucho tiempo le desdibujaban su identidad en donde recuerdo reconocerme como una < nadie > porque los demás no me reconocían.

¿Cómo iba yo a saber quién era si los demás ni siquiera me daban la oportunidad de plantearme cómo distinta, como antinormativa?

¿Cuántos y cuántos antinormativos estarán transitando por lo mismo?

¿A cuántas y a cuántos les pasó?

¿A cuántos y cuántos les pasará?

Un sistema se me presenta como “roto”, como “quebrado” en el momento en el que pienso que por fuera de él deja personas que no reconoce, y no me interesa hablar de culpas, pero me es imposible pensar cómo me hubiera sentido si algún profesor o profesora hubiera irrumpido aquellas charlas de ESI (para algunos), se hubiera acercado a mí y a los demás desde tratos más personales, porque en mi cabeza que mis amigas supieran quién era no servía tanto como que un mayor lo supiera. La autoridad de los mismos era la que pensaba me validaba, pensaba que sí ellos me daban el “okey” a mi identidad no era alguien errada, era como los demás, porque es horrible ser quien sale de la norma ¿no?

Todo esto despierta en mí ciertas ganas de que lo distinto se vuelva norma, para no ser parte de un sistema que invisibiliza, quitando lugar y poder a las disidencias y a quienes simplemente son atravesados por conflictos de problematización de lo común, de lo dado.

Reflexiono acerca de lo fácil que sería transitar la re-construcción de uno mismo, si tus pares fueran tanto tus compañeros como tus profesores; se fragmentarían relaciones de poder antiguas y conceptos como la autoridad pasarían de moda.

La pregunta se vuelve entonces:

¿quiénes quieren ser parte de estas fragmentaciones?

Sabemos que hay dinosaurios que eligen reproducir saberes antiguos dentro de un sistema que recibe generaciones cada vez más vivas; entonces, ¿qué pasa con los profesores que no quieran repetir discursos que habiliten a la visibilidad de disidencias?

Y en esa última pregunta me detengo, porque si hay algo que me enoja desde que tengo uso de razón, hasta el momento, son aquellos profesionales que han perdido la motivación y que no son conscientes del peso que tienen para/con cada uno de los alumnos con los cuales conviven; profesores que no conocen de la realidad del otro, que no ayudan en la apertura de puertas, de mundos.

¿Qué hacemos con los profesores dinosaurio que son anticambio?

Se planta la necesidad de hacer estallar las normativas heterosexuales y binarias dentro del sistema, y son cuestiones que no se plantan hoy, se plantaron ayer y el único problema que va a tener esperar a mañana, es que cuando las normas de época se diluyan, y se haga presente el deseo, la necesidad, y la liberación, con fuerza y poder, no van a ser las disidencias quienes escapen del sistema. Van a ser los dinosaurios.

¿Pero para quién es un problema, no?

Quiero leer tu deslengüe.

Te quiere, Lu.

  1. Palabras de Gloria Anzaldúa. En: val flores (2013). interruqciones. ensayos de poética activista. escritura, política, pedagogía. Editora La Mondonga Dark, p 84.

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