Bienvenidos

El sabio no es el hombre que proporciona las respuestas verdaderas, es el que formula las preguntas verdaderas…

¿Por qué a los chinos no les gusta la leche ni los productos derivados de ella? ¿por qué muere el japonés voluntariamente en una carga «banzai» que parece insensata a los norteamericanos? ¿por qué algunas naciones siguen la linea paterna, otras la materna y otras las de ambos progenitores? Se preguntaba el antropólogo estadounidense Clyde Kluckhohn en 1949; y al mismo tiempo nos sugiere que la Antropología pone ante el hombre un gran espejo y le deja que se vea a sí mismo en su infinita variedad… Proporciona una base científica para estudiar el importante dilema a que se enfrenta el mundo de hoy: ¿cómo pueden pueblos de distinto aspecto, con lenguajes mutuamente ininteligibles y modos de vida diferentes, vivir pacíficamente juntos?

Si el individuo ya no está solo en el grupo y cada sociedad ya no está sola entre las cosas, el hombre no está solo en el universo. Cuando el arco iris de las culturas humanas termine de abismarse en el vacío perforado por nuestro furor, en tanto que estemos allí y que exista un mundo, ese arco tenue que nos une a lo inaccesible permanecerá, mostrando el camino inverso al de nuestra esclavitud, cuya contemplación —a falta de recorrerlo— procura al hombre el único favor que sabe merecer: suspender la marcha, retener el impulso que lo constriñe a obturar una tras otra las fisuras abiertas en el muro de la necesidad y acabar su obra al mismo tiempo que cierra su prisión; ese favor que toda sociedad codicia cualesquiera sean sus creencias, su régimen político y su nivel de civilización, donde ella ubica su descanso, su placer, su reposo y su libertad, oportunidad esencial para la vida, de desprenderse y que consiste —¡adiós salvajes! ¡adiós viajes!— durante los breves intervalos en que nuestra especie soporta suspender su trabajo de colmena, en aprehender la esencia de lo que fue y continúa siendo más acá del pensamiento y más allá de la sociedad: en la contemplación de un mineral más bello que todas nuestras obras, en el perfume, más sabio que nuestros libros, respirado en el hueco de un lirio, o en el guiño cargado de paciencia, de serenidad y de perdón recíproco que un acuerdo involuntario permite a veces intercambiar con un gato (Claude Levi Strauss, Tristes Trópicos, 1955).

De aquí en adelante los invitamos a compartir contenidos y reflexiones sobre aquello que nos hace humanos, y, cómo nos recuerda Clifford Geertz,  ser humano no es ser cualquiera; es ser una clase particular de hombre y -por supuesto- los hombres difieren entre sí; por eso los javaneses dicen: «otros campos, otros saltamontes».