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Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara

Y cargué sin dar más güeltas
con las prendas que tenía.
Jergas, poncho, cuanto había
en casa, tuito lo alcé.
A mi china la dejé
media desnuda ese día.
(José Hernández,Martín Fierro)

¿Qué fue de la mujer de Martín Fierro, esa china sin nombre ni voz que el gaucho dejó en el rancho, librada a su suerte, cuando se lo llevó la leva? Gabriela Cabezón Cámara dota de voz a la China Iron, la mujer de Fierro, para que cuente sus aventuras, su alegría por la partida de “la bestia” de su marido. Huérfana, criada y maltratada por la negra que Fierro dejó viuda, fue entregada a este gaucho en matrimonio (por haber ganado un partido de truco) y a los catorce años ya era madre de dos hijos. La China entrega sus hijos a unos conocidos y es adoptada por Elizabeth, una inglesa casada con un gringo (que se llevaron junto con Fierro) y va a la frontera en una carreta a rescatarlo para hacerse cargo de la estancia que habían venido a administrar.
Este viaje a través de la naturaleza explosiva y salvaje de la pampa expande las posibilidades de vida de la china. En la carreta se alfabetiza, aprende otro idioma, conoce la historia de Frankenstein, de Oliver Twist, la ceremonia del té y del whisky. Su visión del mundo y sus experiencias no se ajustan al estereotipo de mujer de aquellos tiempos: es fuerte, enfrenta la adversidad, es un joven muchacho inglés que se cortó el pelo y se calzó la escopeta y es a la vez la chica que se viste con enaguas y tiene sexo con Liz en la carreta.
Arriban a la estancia del Coronel José Hernández, una avanzada de la nación en el desierto, conquistando tierras y hombres, disciplinándolos para una patria necesitada de su trabajo. En un juego metaliterario, Hernández, un poeta decadente y alcohólico, recita (plagia) los versos de un gaucho cantor analfabeto que está allí: Martín Fierro, quien en una serie de versos le pide perdón a China.
El viaje sigue hasta un paraíso: el país de los indios, que no azotan ni castigan a las cautivas y cuya vida alejada del espacio de la nación y del mercado es una alternativa al orden represivo y normalizador de las estancias.
Con ritmo, humor e intensidad, acompañamos a la protagonista en un viaje de exploración de sabores, palabras, sonidos, sensaciones; experimenta el sexo deseado y el goce: “la cantidad de apetitos que podía tener mi cuerpo: quise ser la mora y la boca que mordía mi mora”.
La china Iron cuestiona y reformula no sólo la historia del poema gauchesco de Hernández, sino también los modos de escritura propios del siglo XIX, con una mirada femenina, una nueva sensibilidad que vive la alteridad no como amenaza sino como exploración, como posibilidad de aprendizaje de una perspectiva nueva, de encuentro.
Lila Tiberi

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