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La literatura, enfermera de noche

En mi mesita de luz de aislamiento, tengo la última novela de Hermann Hesse: El juego de los abalorios. Escrita en 1943, fue su última obra antes de recibir el premio Nobel en 1946, y en realidad su última publicación extensa hasta su muerte en 1962.
Libro raro, curioso, extraño: se sitúa en el siglo XXV, en un lugar o no lugar: Castalia, la provincia de los elegidos para desarrollar este misterioso juego que consiste en reunir los saberes como cuentas de un collar, creando nuevos temas y relaciones. La historia se centra en uno de sus Magister Ludi, Joseph Knecht, cuya vida, como los abalorios, se engarza en episodios en relación con la Orden de Castalia.
Libro escrito en pleno auge del nazismo, por un autor que ha debido exiliarse en Suiza, sorprende por su minuciosidad y detallismo tan desgajados de su contexto de producción. El círculo entre escritor y lector se completa: sumergirse, escribiéndolo, en las aguas de los saberes de Castalia para pensar en un juego de abalorios (pequeñas esferas, de plástico o vidrio) cuando el mundo real se está desangrando alrededor entonces, equivale a olvidarse, leyéndolo, de la pandemia, la incertidumbre y la hostilidad del afuera hoy.
Como una enfermera de noche que acompaña la dolencia sin mentirnos, la novela analgésica nos desapega de la quietud y nos invita a trascender con ilusión hacia algún peldaño superior o quizás montaña. Como lo escribe su protagonista:

“Debemos ir serenos y alegres por la Tierra,
atravesar espacio tras espacio
sin aferrarnos a ninguno, cual si fuera una patria:
el espíritu universal no quiere encadenarnos:
quiere que nos elevemos, que nos ensanchemos
escalón tras escalón. Apenas hemos ganado intimidad
en una morada y en un ambiente, ya todo empieza a languidecer:
sólo quien está pronto a partir y peregrinar
podrá eludir la parálisis que causa la costumbre”

Volumen 30 de la Biblioteca personal de Jorge Luis Borges, ojalá, como él deseaba, haya sido yo la lectora que este libro estaba esperando.
GP

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