Tiempo y espacio de lectura Blog de construcción colaborativa con lecturas literarias, recomendaciones, citas e informaciones

Results for category "Recomendaciones"

26 Articles

El hombre que está solo y espera, de Raúl Scalabrini Ortiz

“Por todos los ámbitos, la república se difumina, va desvaneciéndose paulatinamente. Tiene sabor peruano y boliviano en el norte pétreo de Salta y Jujuy; chileno, en la demarcación andina; cierta montuosidad de alma y de paisaje en el Litoral que colinda con el Paraguay y Brasil y un polimorfismo sin catequizar en las desolaciones de la Patagonia.
El Hombre de Corrientes y Esmeralda está en el centro de la cuenca hidrográfica, comercial, sentimental y espiritual que se llama República Argentina. Todo afluye a él y todo emana de él. Un escupitajo o un suspiro que se arroja en Salta o en Corrientes o en San Juan, rodando en los cauces, algún día llega a Buenos Aires. El Hombre de Corrientes y Esmeralda está en el centro mismo, es el pivote en que Buenos Aires gira.”

En un vértice espacio-temporal situado en una esquina de la ciudad de Buenos Aires, Scalabrini sitúa un hombre que es el arquetipo del porteño y, -como la Argentina se construyó desde el puerto hacia adentro- por extensión, del argentino. Este hombre le sirve al autor para relatar los sentidos, las formas y los sentimientos de un ser abrumado por su tierra, la pampa llana y dócil, y por el espíritu de su tierra, que se alimenta de todo lo que la tierra recibe y es sólo idéntico a sí mismo; y como un gigante -que de tan gigante es invisible a nuestros ojos- avanza indeclinable hacia su destino.
Es además, una interesante lectura en clave histórico-política, que en 1931 expone varios elementos socio-culturales que años más tarde encontrarían su expresión, canalización y realización en el peronismo.

Para leer con tranquilidad, sin apuro, tomando tiempo para procesar profundos pasajes filosóficos y buscar comprender un poco más aspectos de nuestra cultura y nuestro ser social que, casi 90 años después, continúan en gran parte vigentes.
Mateo Serrichio

La buena suerte, de Rosa Montero

La novela recién publicada en la Argentina (agosto 2020) me llegó en un paquete de libros elegidos para pasar la cuarentena. Se entrama en una historia de rescates: Pablo, un arquitecto famoso, se vuelve otro cuando se interna en Pozonegro “ser otro es un alivio. Escapar de la propia vida. Destruir lo hecho. Lo mal hecho. Si tan sólo pudiera formatear su memoria y empezar de cero”, aunque el proceso orille la autodestrucción: “se está deshelando y eso lo convierte en un charco de agua sucia”. Hay una joven, Raluca, avasallada por el maltrato, pero que sostiene, sin dudar, su buena suerte; un exminero que sigue respirando atado a su bomba de oxígeno; una perrita que se ovilla en el calor humano. Personajes desgarrados y zurcidos. Pablo admira el kintsugi, que resulta ser la clave para todos ellos, “el arte japonés de reparar las cerámicas rotas con resina mezclada con polvo de oro o plata, de modo que la grieta queda bien a la vista, brillante, destacada, ennoblecida por el metal”. Ocasionalmente, la realidad, que ingresa a la novela en memorias de notas periodísticas, reúne a personajes, autora y lectores en la resistencia frente al maltrato y al abuso: “Los monstruos se ocultan en el lóbrego vientre del silencio doméstico”. Aquí la lectura se vuelve perlocutiva y nos interpela a no callarnos y a actuar.
¿Rosa Montero es una periodista que escribe o una escritora periodista? Las fronteras lábiles se discuten desde hace años y hoy se desdibujan frente a lectores que buscamos una buena historia. La buena suerte lo es, aunque quisiéramos menos velocidad en meses de encierro, cuando hay más tiempo para detenernos en los meandros de los textos, o bajarnos en todas las estaciones y mirar un poco más lo que nos depara cada personaje con su historia.
Para quienes desean leer rápido, va esta novela sin escollos, bien narrada, de una conocedora del oficio, una obra lista para volverse miniserie o película y así continuar veloz su derrotero.
Guillermina Piatti

Miradas al sesgo, lenguaje al filo. La isla es cada uno y todos son la isla

La última novela de Selva Almada, No es un río, ocupa una geografía que su autora conoce muy bien. Pero conocerla y representarla son dos conceptos diferentes. Almada aplica en los dos. La historia transcurre en ambos márgenes del río sin nombre, aunque la cercanía de la ciudad de Santa Fe le hace intuir al lector que se encuentra frente al Paraná o frente a uno de sus brazos. Por paradójico que parezca, el río es el puente entre la ribera de tierra firme y la costa de la isla. Los personajes principales – Enero, Eusebio, Tilo, El Negro, Aguirre – lo cruzan en ambas direcciones hasta que en un momento de la historia, al no encontrar espacio suficiente para eludirse, se enfrentan. Quien permanece siempre en la isla es Siomara, su misión es mantener encendido el fuego, literal y simbólicamente.
Ahora bien ¿quién narra? Uno como lector, entre suspicaz y prejuicioso, a lo largo del relato, especula: “en cualquier momento la voz de Selva Almada aparece y la delata. El lenguaje la va a exponer”, pero no. Habla el narrador en tercera persona y hablan los personajes, y ninguno de ellos da señas de autor o narrador culto, sinónimo de Selva Almada. Finalmente el lector se convence de que la voz que comanda la narración pertenece al territorio (tierra, agua y cultura). El imaginario rural modula sus tonos; el ritmo se encuentra sincopado por frases breves y nudos de silencio dentro de un registro lingüístico regional. El lenguaje del narrador compone a los personajes y a su entorno social, que Almada antes reprodujo también en Ladrilleros, su segunda novela. La representación domina por completo el relato, opacando cualquier indicio externo que nos distraiga de la puesta en escena. El tiempo dirá si en algún momento del recorrido, el léxico ambientalista se transforma en un factor de debilidad literaria.
En algunos resúmenes del libro, los críticos creyeron ver signos de realismo mágico o sugestiones próximas a lo fantástico. Ninguna de estas conjeturas, a mi modo de ver, resulta acertada. Se trata de realismo. Incluso la fragmentación de la trama y la ruptura de la cronología del relato, se podría decir, adoptan una forma de la existencia, una manera de estar en el mundo, conectada por fases o de modo alterno. Si alguno de los críticos tomara contacto con algún barrio del cono urbano, sin necesidad de trasladarse hasta las orillas de Santa Fe, constataría que vivir o sobrevivir en la periferia se asemeja bastante a una experiencia extraordinaria. Por lo tanto, Almada no hace otra cosa que exponer una realidad que en lo cotidiano dialoga con la violencia, la locura y la muerte. Si se quiere pensar en Horacio Quiroga, no sería equivocado, pero un Quiroga minimalista.
Selva Almada (2020). No es un río. Buenos Aires: Penguin Random House.

Rubén Dellarciprete

La «tournée» de Dios, Enrique Jardiel Poncela

Escrita en 1932, La tournée de Dios es la última novela de Enrique Jardiel Poncela.
Primero hay que situarse en la época, previa a la II guerra mundial, en plena incubación de los fascismos en Europa y luego recién empezar a leer.
Dios anuncia que va a venir a la Tierra en forma humana y le toca recibirlo al pueblo español.
Cubre el evento un periodista salido del closet, de avanzada para la época y muchos otros personajes delirantes.
Al humor irreverente de EJP no le hace falta faltar el respeto a lo religioso y como si fuese un ingenioso tejido al crochet enhebra la prosa para lograr el éxtasis de gracia en el lector.
Recomiendo su lectura más que nada por la diversión inteligente a muy bajo costo que proporciona y queda como moraleja que en todos los tiempos a las personas los circos mediáticos nos causaron la misma sensación de patetismo, algunos más patéticos que otros con menos dosis de «pateticidad».
Spoiler Alert: Dios no hace milagros.
Lo dejo para descargar en:

https://drive.google.com/file/d/1AwOk9Ff1t3PP3FqzyRodFYX5dq9bqqkb/view

Topo Zárate Insúa

Enero, por Sara Gallardo

Allá en mi tierra es el hombre

lámpara opaca de barro

quema su vida en silencio,

después se quiebra olvidado

tiene el dolor del camino

dolor que crece callado…

                                                  Mario. O. Camacho (poeta correntino)

Dedicado a  la memoria de Leopoldo Brizuela, amigo.  

Sara Gallardo (Buenos Aires, 1931- 1988). Escritora  y  periodista, quien comenzó a publicar entre los años 1950  y  1960 en un momento cuando en la Argentina se produjo,  en  estampida,  una ampliación hacia las voces femeninas en las letras como así también en el campo cultural en general.

Durante mucho tiempo su obra  quedó relegada  en el injusto olvido, sin embargo,  tuvo la dicha de ser  redescubierta y valorada  a partir  de un exhaustivo trabajo en torno a las voces  femeninas de la década del ‘ 50 llevado a cabo por Leopoldo Brizuela,  quien a su vez ,  a  través de  nuestras charlas, me introdujo en el mundo de  dicha escritora. Su obra ha sido reivindicada por Patricio Pron, Ricardo Piglia  y Samanta Schweblin,  entre otros.

Sin dudas es una escritora actual y, sin ser declaradamente feminista, esboza en su obra temas  relacionados al género. Otro rasgo de su prosa es  la capacidad para plasmar detalles que con su  observación atenta  pudo captar sobre  ciertos sectores de la sociedad argentina.

Explora de manera aguda  el desconcierto de las clases sociales,  sus maneras  de relacionarse, sus costumbres, su lenguaje. Mezquindades,  hipocresías y  debilidades conviven en lo que fuera la gran estancia argentina.

Sabe pintar con palabras la interacción  en tensión de los  hombres y de las mujeres urbanos que se instalan, desplegando su poder paternalista, en el ámbito rural. Asimismo plantea las jerarquías existentes dentro de aquel micromundo que fue la gran estancia.

A propósito de dicho ámbito, es poético el modo en que la autora nos habla de la tierra, la llanura, la extensión de nuestras pampas.  Aborda el campo con magistral ejercicio literario.

Todo ello lo podemos observar desplegado en su primera novela: Enero (1958).

¿Qué puede suceder en ese espacio aparentemente apacible? Mucho más de lo que imaginamos… ¿Qué nos presenta esta breve novela, por qué nos atrapa?

 Asistimos al relato agónico de Nefer, hija de un puestero de estancia en la provincia de Buenos Aires. La joven  fea, taciturna y   de pocas  palabras, frente  a   la bella y despabilada Alcira, su hermana, se ha encaracolado en su mundo, en su padecimiento hermético; lo que sucede a su alrededor  corre como una realidad paralela.

 Nefer, con tan solo 16 años,  tiene un secreto y  sufre en silencio y soledad. Se ha enamorado, en un episodio poco claro que quedará velado en la oscuridad para el lector  quien lo irá desovillando a partir de algunas  pistas. La joven es consciente de que “un hongo negro se hincha en su interior”, teme por su futuro hasta la desesperación. Su única compañía e interlocutores  son los pájaros; Capitán, su perro;  la brisa;  vacas y terneritos; la naturaleza toda.

Es evidente la imposibilidad  de darle voz  a esa angustia, y presenta el vínculo con el campo y con los animales como un conocimiento de otro orden capaz de funcionar como refugio ante esa falta de voz.

Su conciencia…  Nefer piensa y mucho. Se debate en qué hacer antes de que, todo aquello que sucede, sea demasiado evidente. Lo oculta, no puede expresarlo con palabras, no halla espacio a la otredad, no puede dialogar con ningún miembro de su familia. La culpa sobrevuela en su interior y es una culpa reforzada por su inocencia y al mismo tiempo por el miedo y el prejuicio. Nefer no sabe tantas cosas… ¿hasta dónde la seducción, el deseo y el sexo? ¿Existe el amor? ¿Qué es, si existe?

Con maestría Gallardo intercala el monólogo interior y el discurso indirecto libre los cuales se contaminan  para que de  alguna manera no quede todo tan claro y el lector sea partícipe activo. Accedemos así a la conciencia de la adolescente, somos testigos  de sus debates, de sus posibles soluciones al conflicto. Y  ¿cómo podría hacer Nefer para hallar una solución? ¿Cómo  “se las podrá arreglar”?

Piensa, repiensa, recuerda conversaciones y juicios, se compara, se funde con el paisaje y su ciclo natural, ella es parte de la naturaleza agresiva, sin embargo, toda posibilidad se dificulta en los límites de su  desamparo. Entonces, aumenta su desasosiego, avanza hacia la desconfianza y se  vislumbra la violencia.

“Las ricas son otra cosa. Piensa en Luisa que a esta hora se sentaría  en el comedor de la estancia. Su madre había dicho: éstas son todas iguales, se  revuelcan con cualquiera pero nadie se entera, se las saben arreglar”.

Buscará un culpable y si lo hay, para ella será el Negro, de quien está enamorada inútilmente. Es él quien  ha suscitado su deseo, su confusión y su entrega final pero ¿a quién, bajo qué circunstancia y cómo se ha entregado Nefer?

El mundo de la infancia y la breve adolescencia han  quedado atrás, esa es la única certeza.

Para finalizar traigo a la memoria  una opinión de María Rosa Lojo  quien sitúa la propuesta estética de Sara Gallardo en una serie que incorpora a las más sobresalientes escritoras del siglo XIX: Gorriti, Mansilla y Guerra quienes exploraron los vínculos genéricos  y étnicos: mujeres  y aborígenes, en el imaginario nacional.

Enero  quedará como la primera novela argentina  de amor adolescente que aborda el tema del aborto desde la perspectiva de la víctima.

                                                                              María Alejandra Escudier

Un fragmento del inicio de la novela:

“Hablan de la cosecha y no saben que para entonces ya  no habrá remedio- piensa  Nefer-, todos los que están aquí, y muchos más, van a saberlo, y nadie dejará de hablar.”

La angustia le nubla los ojos y lentamente dobla su cabeza, mientras con la mano arrea modestos rebaños de miguitas por el hule gastado de la mesa. Su padre acaba de decir algo sobre la cosecha y estira la mano pidiendo un repasador que enjuga por turnos manos y bocas, y que la madre le pasa, atropellando en su prisa un perro que aúlla y se refugia bajo su banco.  Al caminar, su sombra pasa sobre las de los comensales, que la luz de un farol fija en los muros.

“Va a llegar el día en que mi barriga empiece a crecer”, piensa  Nefer.