“Por todos los ámbitos, la república se difumina, va desvaneciéndose paulatinamente. Tiene sabor peruano y boliviano en el norte pétreo de Salta y Jujuy; chileno, en la demarcación andina; cierta montuosidad de alma y de paisaje en el Litoral que colinda con el Paraguay y Brasil y un polimorfismo sin catequizar en las desolaciones de la Patagonia. El Hombre de Corrientes y Esmeralda está en el centro de la cuenca hidrográfica, comercial, sentimental y espiritual que se llama República Argentina. Todo afluye a él y todo emana de él. Un escupitajo o un suspiro que se arroja en Salta o en Corrientes o en San Juan, rodando en los cauces, algún día llega a Buenos Aires. El Hombre de Corrientes y Esmeralda está en el centro mismo, es el pivote en que Buenos Aires gira.”
En un vértice espacio-temporal situado en una esquina de la ciudad de Buenos Aires, Scalabrini sitúa un hombre que es el arquetipo del porteño y, -como la Argentina se construyó desde el puerto hacia adentro- por extensión, del argentino. Este hombre le sirve al autor para relatar los sentidos, las formas y los sentimientos de un ser abrumado por su tierra, la pampa llana y dócil, y por el espíritu de su tierra, que se alimenta de todo lo que la tierra recibe y es sólo idéntico a sí mismo; y como un gigante -que de tan gigante es invisible a nuestros ojos- avanza indeclinable hacia su destino. Es además, una interesante lectura en clave histórico-política, que en 1931 expone varios elementos socio-culturales que años más tarde encontrarían su expresión, canalización y realización en el peronismo.
Para leer con tranquilidad, sin apuro, tomando tiempo para procesar profundos pasajes filosóficos y buscar comprender un poco más aspectos de nuestra cultura y nuestro ser social que, casi 90 años después, continúan en gran parte vigentes. Mateo Serrichio
La novela recién publicada en la Argentina (agosto 2020) me llegó en un paquete de libros elegidos para pasar la cuarentena. Se entrama en una historia de rescates: Pablo, un arquitecto famoso, se vuelve otro cuando se interna en Pozonegro “ser otro es un alivio. Escapar de la propia vida. Destruir lo hecho. Lo mal hecho. Si tan sólo pudiera formatear su memoria y empezar de cero”, aunque el proceso orille la autodestrucción: “se está deshelando y eso lo convierte en un charco de agua sucia”. Hay una joven, Raluca, avasallada por el maltrato, pero que sostiene, sin dudar, su buena suerte; un exminero que sigue respirando atado a su bomba de oxígeno; una perrita que se ovilla en el calor humano. Personajes desgarrados y zurcidos. Pablo admira el kintsugi, que resulta ser la clave para todos ellos, “el arte japonés de reparar las cerámicas rotas con resina mezclada con polvo de oro o plata, de modo que la grieta queda bien a la vista, brillante, destacada, ennoblecida por el metal”. Ocasionalmente, la realidad, que ingresa a la novela en memorias de notas periodísticas, reúne a personajes, autora y lectores en la resistencia frente al maltrato y al abuso: “Los monstruos se ocultan en el lóbrego vientre del silencio doméstico”. Aquí la lectura se vuelve perlocutiva y nos interpela a no callarnos y a actuar. ¿Rosa Montero es una periodista que escribe o una escritora periodista? Las fronteras lábiles se discuten desde hace años y hoy se desdibujan frente a lectores que buscamos una buena historia. La buena suerte lo es, aunque quisiéramos menos velocidad en meses de encierro, cuando hay más tiempo para detenernos en los meandros de los textos, o bajarnos en todas las estaciones y mirar un poco más lo que nos depara cada personaje con su historia. Para quienes desean leer rápido, va esta novela sin escollos, bien narrada, de una conocedora del oficio, una obra lista para volverse miniserie o película y así continuar veloz su derrotero. Guillermina Piatti
La última novela de Selva Almada, No es un río, ocupa una geografía que su autora conoce muy bien. Pero conocerla y representarla son dos conceptos diferentes. Almada aplica en los dos. La historia transcurre en ambos márgenes del río sin nombre, aunque la cercanía de la ciudad de Santa Fe le hace intuir al lector que se encuentra frente al Paraná o frente a uno de sus brazos. Por paradójico que parezca, el río es el puente entre la ribera de tierra firme y la costa de la isla. Los personajes principales – Enero, Eusebio, Tilo, El Negro, Aguirre – lo cruzan en ambas direcciones hasta que en un momento de la historia, al no encontrar espacio suficiente para eludirse, se enfrentan. Quien permanece siempre en la isla es Siomara, su misión es mantener encendido el fuego, literal y simbólicamente.
Ahora bien ¿quién narra? Uno como lector, entre suspicaz y prejuicioso, a lo largo del relato, especula: “en cualquier momento la voz de Selva Almada aparece y la delata. El lenguaje la va a exponer”, pero no. Habla el narrador en tercera persona y hablan los personajes, y ninguno de ellos da señas de autor o narrador culto, sinónimo de Selva Almada. Finalmente el lector se convence de que la voz que comanda la narración pertenece al territorio (tierra, agua y cultura). El imaginario rural modula sus tonos; el ritmo se encuentra sincopado por frases breves y nudos de silencio dentro de un registro lingüístico regional. El lenguaje del narrador compone a los personajes y a su entorno social, que Almada antes reprodujo también en Ladrilleros, su segunda novela. La representación domina por completo el relato, opacando cualquier indicio externo que nos distraiga de la puesta en escena. El tiempo dirá si en algún momento del recorrido, el léxico ambientalista se transforma en un factor de debilidad literaria.
En algunos resúmenes del libro, los críticos creyeron ver signos de realismo mágico o sugestiones próximas a lo fantástico. Ninguna de estas conjeturas, a mi modo de ver, resulta acertada. Se trata de realismo. Incluso la fragmentación de la trama y la ruptura de la cronología del relato, se podría decir, adoptan una forma de la existencia, una manera de estar en el mundo, conectada por fases o de modo alterno. Si alguno de los críticos tomara contacto con algún barrio del cono urbano, sin necesidad de trasladarse hasta las orillas de Santa Fe, constataría que vivir o sobrevivir en la periferia se asemeja bastante a una experiencia extraordinaria. Por lo tanto, Almada no hace otra cosa que exponer una realidad que en lo cotidiano dialoga con la violencia, la locura y la muerte. Si se quiere pensar en Horacio Quiroga, no sería equivocado, pero un Quiroga minimalista.
Selva Almada (2020). No es un río. Buenos Aires: Penguin Random House.
Escrita en 1932, La tournée de Dios es la última novela de Enrique Jardiel Poncela.
Primero hay que situarse en la época, previa a la II guerra mundial, en plena incubación de los fascismos en Europa y luego recién empezar a leer.
Dios anuncia que va a venir a la Tierra en forma humana y le toca recibirlo al pueblo español.
Cubre el evento un periodista salido del closet, de avanzada para la época y muchos otros personajes delirantes.
Al humor irreverente de EJP no le hace falta faltar el respeto a lo religioso y como si fuese un ingenioso tejido al crochet enhebra la prosa para lograr el éxtasis de gracia en el lector.
Recomiendo su lectura más que nada por la diversión inteligente a muy bajo costo que proporciona y queda como moraleja que en todos los tiempos a las personas los circos mediáticos nos causaron la misma sensación de patetismo, algunos más patéticos que otros con menos dosis de «pateticidad».
Spoiler Alert: Dios no hace milagros.
Lo dejo para descargar en:
Dedicado
a la memoria de Leopoldo Brizuela, amigo.
Sara
Gallardo (Buenos Aires, 1931- 1988). Escritora
y periodista, quien comenzó a
publicar entre los años 1950 y 1960 en un momento cuando en la Argentina se
produjo, en estampida, una ampliación hacia las voces femeninas en
las letras como así también en el campo cultural en general.
Durante mucho tiempo su obra quedó relegada en el injusto olvido, sin embargo, tuvo la dicha de ser redescubierta y valorada a partir de un exhaustivo trabajo en torno a las voces femeninas de la década del ‘ 50 llevado a cabo por Leopoldo Brizuela, quien a su vez , a través de nuestras charlas, me introdujo en el mundo de dicha escritora. Su obra ha sido reivindicada por Patricio Pron, Ricardo Piglia y Samanta Schweblin, entre otros.
Sin
dudas es una escritora actual y, sin ser declaradamente feminista, esboza en su
obra temas relacionados al género. Otro
rasgo de su prosa es la capacidad para
plasmar detalles que con su observación
atenta pudo captar sobre ciertos sectores de la sociedad argentina.
Explora
de manera aguda el desconcierto de las
clases sociales, sus maneras de relacionarse, sus costumbres, su lenguaje. Mezquindades, hipocresías y
debilidades conviven en lo que fuera la gran estancia argentina.
Sabe pintar con palabras la interacción en tensión de los hombres y de las mujeres urbanos que se instalan, desplegando su poder paternalista, en el ámbito rural. Asimismo plantea las jerarquías existentes dentro de aquel micromundo que fue la gran estancia.
A
propósito de dicho ámbito, es poético el modo en que la autora nos habla de la
tierra, la llanura, la extensión de nuestras pampas. Aborda el campo con magistral ejercicio
literario.
Todo
ello lo podemos observar desplegado en su primera novela: Enero (1958).
¿Qué
puede suceder en ese espacio aparentemente apacible? Mucho más de lo que
imaginamos… ¿Qué nos presenta esta breve novela, por qué nos atrapa?
Asistimos al relato agónico de Nefer, hija de
un puestero de estancia en la provincia de Buenos Aires. La joven fea, taciturna y de pocas
palabras, frente a la bella y despabilada Alcira, su hermana, se
ha encaracolado en su mundo, en su padecimiento hermético; lo que sucede a su
alrededor corre como una realidad
paralela.
Nefer, con tan solo 16 años, tiene un secreto y sufre en silencio y soledad. Se ha enamorado,
en un episodio poco claro que quedará velado en la oscuridad para el
lector quien lo irá desovillando a
partir de algunas pistas. La joven es
consciente de que “un hongo negro se hincha en su interior”, teme por su futuro
hasta la desesperación. Su única compañía e interlocutores son los pájaros; Capitán, su perro; la brisa; vacas y terneritos; la naturaleza toda.
Es
evidente la imposibilidad de darle
voz a esa angustia, y presenta el
vínculo con el campo y con los animales como un conocimiento de otro orden
capaz de funcionar como refugio ante esa falta de voz.
Su
conciencia… Nefer piensa y mucho. Se
debate en qué hacer antes de que, todo aquello que sucede, sea demasiado
evidente. Lo oculta, no puede expresarlo con palabras, no halla espacio a la
otredad, no puede dialogar con ningún miembro de su familia. La culpa
sobrevuela en su interior y es una culpa reforzada por su inocencia y al mismo
tiempo por el miedo y el prejuicio. Nefer no sabe tantas cosas… ¿hasta dónde la
seducción, el deseo y el sexo? ¿Existe el amor? ¿Qué es, si existe?
Con
maestría Gallardo intercala el monólogo interior y el discurso indirecto libre
los cuales se contaminan para que
de alguna manera no quede todo tan claro
y el lector sea partícipe activo. Accedemos así a la conciencia de la
adolescente, somos testigos de sus
debates, de sus posibles soluciones al conflicto. Y ¿cómo podría hacer Nefer para hallar una
solución? ¿Cómo “se las podrá arreglar”?
Piensa,
repiensa, recuerda conversaciones y juicios, se compara, se funde con el
paisaje y su ciclo natural, ella es parte de la naturaleza agresiva, sin
embargo, toda posibilidad se dificulta en los límites de su desamparo. Entonces, aumenta su desasosiego,
avanza hacia la desconfianza y se
vislumbra la violencia.
“Las ricas son otra cosa. Piensa en Luisa que a esta hora se sentaría en el comedor de la estancia. Su madre había dicho: éstas son todas iguales, se revuelcan con cualquiera pero nadie se entera, se las saben arreglar”.
Buscará un culpable y si lo hay, para
ella será el Negro, de quien está enamorada inútilmente. Es él quien ha suscitado su deseo, su confusión y su
entrega final pero ¿a quién, bajo qué circunstancia y cómo se ha entregado
Nefer?
El mundo de la infancia y la breve
adolescencia han quedado atrás, esa es
la única certeza.
Para finalizar traigo a la memoria una opinión de María Rosa Lojo quien sitúa la propuesta estética de Sara Gallardo
en una serie que incorpora a las más sobresalientes escritoras del siglo XIX:
Gorriti, Mansilla y Guerra quienes exploraron los vínculos genéricos y étnicos: mujeres y aborígenes, en el imaginario nacional.
Enero quedará como la
primera novela argentina de amor
adolescente que aborda el tema del aborto desde la perspectiva de la víctima.
María Alejandra Escudier
Un fragmento del inicio de la novela:
“Hablan de la cosecha y no saben que para entonces
ya no habrá remedio- piensa Nefer-, todos los que están aquí, y muchos
más, van a saberlo, y nadie dejará de hablar.”
La angustia le
nubla los ojos y lentamente dobla su cabeza, mientras con la mano arrea
modestos rebaños de miguitas por el hule gastado de la mesa. Su padre acaba de
decir algo sobre la cosecha y estira la mano pidiendo un repasador que enjuga
por turnos manos y bocas, y que la madre le pasa, atropellando en su prisa un
perro que aúlla y se refugia bajo su banco.
Al caminar, su sombra pasa sobre las de los comensales, que la luz de un
farol fija en los muros.
“Va a llegar el día en que mi barriga empiece a crecer”, piensa Nefer.